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Pedro I el Cruel reedificó el antiguo alcázar almohade y lo habilitó como residencia real. Sufrió graves deterioros con el paso de los tiempos y hubo de ser restaurado en época de Isabel II.
El interior del edificio se ordena alrededor de dos patios: el de Las Doncellas, donde se realiza la vida oficial, y el de Las Muñecas, en el que se realiza la vida privada. El Salón de Embajadores está bellamente decorado con yeserías y azulejos. A la planta superior se accede por una escalera del siglo XVI, cubierta con artesonado y decorada con pinturas de Roelas y Madrazo. Son de destacar los muebles y tapices que decoran varias de las estancias.